El boxeador argentino tiene 47 años y confía en volver a tener una chance mundialista. En un repaso de su historia, los momentos más imperdibles con reflexiones que invitan a pensar.
Sergio “Maravilla” Martínez nació en Quilmes el 21 de febrero de 1975 y es más argentino que el dulce de leche, el gran colectivo, las alpargatas, la soda y los alfajores (Bersuit Vergarabat), aunque su tono euro-anglo-sajón parezcan colocarlo más allá que acá. Pero allá lo llevó la vida cuando emprendió viaje a buscarla y dejó la Argentina de las privaciones para recorrer un largo camino hacia una oportunidad que tardó muchísimo en llegar, pero llegó.
De todo esohabló en una entrevista que brindó a la radio Urbana Play y dejó conceptos profundos y a la vez comunes a la mayoría.
Cómo el boxeo lo ayuda a domar su psiquis
“No tengo grandes bajones. A las grandes emociones los controlo, si no es imposible vivir. El boxeo se puede usar en muchos aspectos de la vida porque el boxeo es, básicamente, una escuela de vida”.
Cómo el boxeo lo ayuda a domar su psiquis
“No tengo grandes bajones. A las grandes emociones los controlo, si no es imposible vivir. El boxeo se puede usar en muchos aspectos de la vida porque el boxeo es, básicamente, una escuela de vida”.
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La oportunidad que tanto tardó en llegar
“Yo confiaba, sabía que iba a llegar mi oportunidad gracias a haber hecho el camino que hice, que fue el más largo. Me fui a Europa, a un lugar donde no hay casi boxeo, España: mi campaña española de boxeo son ocho peleas en ocho años, así. Pero un día me llamaron de Inglaterra y fue un milagro, fui, me enfrenté contra un nicaragüense que bueno, con todo respeto, subí al ring con la mano abierta y le gané por Ko, rápido. Yo sabía que en realidad no había ganado nada, que esa era mi obligación: subir y seguir manteniendo el nivel para mantenerme entre los primeros puestos del mundo porque yo sabía que no me quedaba una cuerda muy larga, ya tenía 33, llevaba unos cuantos años buscando, pero me empecé a dar cuenta de que iba por el buen camino una vez que me había tropezado y caído mucho en la vida y que bueno, después vendría el boxeo y después lllegarían los combates grandes”.
Es más difícil recuperarse de una victoria que de una derrota
“Muchos me dicen que yo tendría que haberme ido directo a Estados Unidos, pero no sé, capaz me iba mal porque quizá ganaba y es peor porque hay gente que se recupera de una derrota pero de un triunfo por ahí no se recupera. Es durísimo recuperarse de un triunfo, conozco mucha gente que no pudo, está plagado de esos casos”.
Por qué no dejó de insistir
“Tengo confianza en mí pero porque sabía el potencial que tenía. Veía mis combates, mis peleas, me creía el mejor del mundo en base a eso, por mis características, por mi velocidad. Mi velocidad no la tiene nadie, quizá Mayweather, quizás (repite, pero deja la duda), es mas talentoso que yo, infinitamente, lo sé, pero en velocidad, en su momento, me lo comía crudo. Técnicamente estoy bien dotado, físicamente estoy súper entrenado siempre y si me llaman para entrenar mañana a las 6 de la mañana, estoy listo”.
La chance mundial por la que espera... a los 47
“Este año voy a combatir en agosto. Tengo 47 años, me retiré en su momento, decidí volver a los 43, al ring me subí a los 45 y ya hice cuatro combates de los cuales gané dos por KO. El error de los boxeadores, cuando se retiran como campeones mundiales, es que quieren regresar en el nivel en el que se fueron y claro, salen con las patas pa’lante (sic), es lógico, máxime si pasaron seis años del retiro, com en mi caso. Entonces voví y dije: ‘hago la cola’. ¿Y entonces que pasó? Hice ta, ta, ta (sic), tres pasos y ya estoy adelante de vuelta, ya estoy N°3 del mundo y digo ‘bueno, genial, sostengo este nivel que tengo hasta que salga de nuevo la chance mundialista’”.
Un cuerpo al que le llegan las facturas de la vida
“El boxeador es un soldado. El boxeador escucha órdenes, acata y obedece. A mí me decían: ‘Sergio, hay que entrenar a las cinco de la mañana’, y yo me levantaba a las cuatro, a las cinco sonaba el silbato y pum, a correr entre las montañas como un loco contra el cronómetro. Eso lo llevás 10 años en el máximo de tu nivel, al máximo de velocidad y esfuerzo siempre y es como un coche, se va a romper y es lo que pasó con mi cuerpo, se fue averiando y es lógico, súper lógico”.
Mendigas y hasta robar para comer
“Sí. Lo hice. Me acuerdo que era la última semana de mayo del año 2003 en Azuqueca (NdR: Azuqueca de Henares es un municipio español situado en la provincia de Guadalajara). Fue un momento feo, triste, un momento duro para mí. Yo tenía 28 años, la situación estaba fea y bueno, tenía que ir a pedir e iba pero a veces también iba al mercado, miraba para un lugar y con la mano del otro lado abría un paquetito de frutos secos y me los guardaba en la manga y a veces me guardaba una feta de jamon en el bolsillo y bueno, a veces no queda otra cuando hay que comer. Hacía tres meses seguidos que no tenía otra cosa que una lata de atún al día y eso fue difícil”.
Preso no, demorado sí
“Nunca llegué a caer preso, pero sí demorado. He llegado a estar cuatro o cinco noches seguidas en una comisaría por no tener DNI y por averiguación de antecedentes”.
La primera piña de su vida, para defenderse del bullying
“La primera piña que pegué fue a los 11 o 12 años. Había un pibe que me cagaba a palo todos los días, así durante cinco o seis años, con la mano abierta. Yo no hacía nada, tenía miedo. El chico era un poco más grande que yo, me daba cachetazos, y un día me planté y le pegué unos tortazos bien puestos porque yo vengo de una familia de boxeadores que no me habían enseñado a boxear, pero yo ya sabía. Yo nací y los primeros juguetes fueron un guante, un cabezal y ya empezás a sentir ese olor, a saber lo que es un guante, para qué se usa... Yo de chico veía a Pipino Cuevas, a Roberto Durán, a Martillo Roldán, y yo sabía cómo sacaban los golpes. Entonces me acuerdo que me planté, metí un uno-dos arriba, cayó planchado, se levantó, y metí un directo al plexo y se acabó la pelea”.
¿Y qué pasó?
“Me había cagado a palo tantas veces que mis compañeros se reían y empezaron a alentar, pero yo nunca más volví a pegar hasta los 20 años, que entré a un gimnasio por primera vez”.
¿Qué se hace con la fama para no caer en la trampa?
“A mí me ayudó muchísimo que me llegó de grande. Fue en el año 2010, con el ko a Paul Williams, y yo ya tenía 35 años, casi 36. Era un hombre, ya un señor, ya tenía edad como para sentar cabeza. Yo nunca tuve una cabeza loca, nunca hice nada indebido, pero menos en ese momento, y sabía que me tenía que seguir portando como hasta entonces porque, si me confundía, podía meter la pata y tener que pagarlo caro. Pesaba que me quedaban dos años más, solo dos, y tenía que seguir haciéndolo de la mejor manera”.
El espectacular KO de Maravilla Martínez a Paul Williams
La plata, un tema de diván
“No puedo superar la culpa que me da tener dinero. Me castigo todo el tiempo. Me doy muy pocos gustos, tengo mis viajes, pero el vivir con culpa es tremendo. Trato de no andar mostrando. Estamos tan quemados los boxeadores, caemos siempre en la misma trampa... Le pasó a la gran mayoría, pero la culpa es otra cosa. La culpa es porque por qué yo sí y los que me rodean no. Yo peleo y puedo ganar un par de palos verdes, pero mi familia no. Hice terapia tanto tiempo que puedo convovivr con eso, pero no superarlo, eso no se supera jamás. La psicóloga me dice que no puedo arreglar la vida de nadie, que apenas puedo con la mía, y me recuerda que tengo casi 80 fracturas en mi cuerpo, que tengo los cartílagos que están casi destruídos, tendones a punto de cortarse. Sabiendo que todo eso me pasaba, nunca dejé de leer ni de cultivarme, jamas dejé de hacerlo”.
La exnovia que le decía que era una mala persona por no querer tener hijos, su catapulta a terapia
“Yo sé que trabajo todo el año. ¡Toda mi vida trabajé! Pero yo me pregubnatba por qué está tan bien pagado mi trabajo y mi psicóloga me decía: porque lo vale. Y yo pienso que antes trabajaba mucho más, me la pasaba haciendo cosas para tener un mango, pero bueno, me llegó así, de grande. En realidad la primera vez que fui a terapia fue porque una novia me decía que yo era mala gente porque no quería tener hijos y la verdad es que no, no quiero. Ella me decía: ‘Sergio, vos, como sos mala persona, no sabés lo que es el amor de verdad porque el amor de verdad lo tiene un padre con un hijo’, y tá (sic), te dicen eso tres, cuatro años seguidos, y quieras o no, tantos golpecitos te perforan el craneo... pero a los 15 minutos que empecé estaba hablando del problema real: los padres. Ahí está todo, todo, todo (repite y subraya). Freud tenía razón”.
El hijo del trauma
“Yo siempre que digo que los padres hacen lo que pueden, soy el segundo de tres, el de los traumas. El regalo siempre iba para el más grande o para el más chico”.
Pensó que se había asqueado del boxeo, pero era la gente
“Cuando perdí con Coto me cansé, me asqueé, estaba asqueado del boxeo. Después, con el tiempo, aprendí. Necesité varios años para darme cuenta de que el culpable no era el boxeo sino la gente porque el boxeo es lo más hermoso que me pasó en la vida. En todo orden y aspecto de la vida, siempre lo peor es la gente”.
Fuente: TN
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